Despues de mucho anunciarla ya está disponible para todos nuestros lectores la nueva novela "Carmela Mela La Caramela" de la escritora colombiana Haydée Rivera. A continuación los dejamos con un abrebocas de esta obra narrativa del costumbrismo colombiano. Esperamos tus comentarios y apreciaciones.
A sus escasos ocho años y sin pleno uso de razón, nada sabía Carmelita sobre pronósticos astrológicos, observaciones astronómicas, descubrimientos de leyes y teorías científicas que rigen el universo, los astros y su convulsionado planeta.
Ignoraba por completo las influencias de la gravitación, la atmósfera, la refracción de la luz y mucho menos sabía de radiaciones, insolaciones nocivas a la piel y los cuidados para protegerse de la lluvia, el frío y el sereno.
Lo más próximo a los saberes que podía alcanzar, en esos inhóspitos parajes de la lejana montaña donde vivía, olvidados de la civilización y del Gobierno, era el almanaque Bristol.
Oía que este pintoresco folleto era consultado por los abuelos y viejos campesinos para sembrar al ritmo de la luna en sus erráticos novilunios y para determinar los hechiceros plenilunios a los que atribuían poderes mágicos, perturbadores de la naturaleza y las facultades mentales de personas motejadas como lunáticas, victimas de ese noctámbulo satélite.
Por eso, mirar al cielo era para ella un juego sencillo y usualmente entretenido que le ofrecía noches y días con sus infinitos y vertiginosos cambios de paisajes y fenómenos multicolores que la ensimismaban en recorridos sin descanso por inmensos y difusos laberintos siderales.
Acostada en el mullido césped del patio de la escuela donde residía se escapaba hasta esos encumbrados parajes.
Se imaginaba vestida con tules y gasas de las veladas nubes, ataviada con blancos y deslumbrantes cúmulos, girar envuelta en deshilachados mantos, engalanada con los oscuros nimbos que presagiaban los inviernos y deslizándose por el arco iris para traer al campo la alegría en finas gotitas de lluvia, en intensos chubascos o fuertes chaparrones.
Justamente por eso, lo primero que observó en el pueblo donde llegaba la familia, empujada por ircunstancias incomprensibles a su candoroso discernimiento, fue el firmamento claro y despejado de un nuevo clima acariciadoramente tibio a la piel erizada y aterida de los días ordinariamente lluviosos y helados de la cordillera.
Le pareció como si hubieran llegado a un pueblo devoto del sol y estuvieran entrando en un templo indígena, a reverenciar los prodigios del astro rey.
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